miércoles, 5 de agosto de 2009

Nuestra relación con el sol

Nuestra relación con el sol se debe establecer en base a dos conceptos: moderación y protección. Porque no se trata de substraerse a sus beneficiosos efectos. El sol estimula el metabolismo, activa la circulación sanguínea, equilibra la secreción hormonal. Además, restablece el equilibrio de las pieles grasas, haciendo desaparecer el acné, borra las cicatrices y, sobre todo, estimula la formación de vitamina D, imprescindible para que el calcio se fije en el esqueleto.



El color bronceado que tanto anhelamos se debe, en realidad, a una respuesta natural de la piel para protegerse de las quemaduras solares. La melanina que tiñe la epidermis forma un filtro solar natural, que impide que los rayos solares penetren en las capas profundas de la piel. Esta empieza a segregarse paulatinamente, estimulada por la acción de los rayos ultravioletas A y B.



¿Qué ocurre cuando tomamos el sol sin protección? Ningún filtro pone freno a a los efectos de los rayos ultravioletas. Los de tipo A atacan a las fibras elásticas de la piel y al colágeno en un proceso lento, progresivo e irreversible, conocido por envejecimiento prematuro de la piel. Los de tipo B producen quemaduras en la epidermis. La piel se reseca y se desprende al cabo de unos días. Sin embargo, el efecto perseguido —la aceleración de la secreción de la melanina— no se ha alcanzado. En cambio, sí hemos conseguido padecer el dolor de las quemaduras.



Como debe ser nuestra relación con el sol



La utilización de una crema con filtro solar es indispensable durante los primeros días y muy recomendable durante el tiempo que duren las vacaciones. El sol reseca la piel, favorece el crecimiento del vello y daña las células de la dermis que producen el colágeno y la elastina, dos sustancias indispensables para que conserve su aspecto terso y liso.

En los últimos años se ha descubierto otro motivo para explicar el envejecimiento prematuro de las pieles expuestas al sol sin protección. Las células de la piel están formadas por determinadas moléculas que, bajo los efectos de los rayos solares, se parten en dos, liberando un electrón en cada lado. Estos radicales libres atacan a las células de su entorno, dañándolas irremediablemente.



Los bronceadores intentan poner remedio a todos estos efectos nocivos. En primer lugar, se trata de frenar los rayos solares y esto se consigue añadiendo a la crema determinadas sustancias químicas, para que hagan de filtro más o menos potente, según la naturaleza de la piel y la cantidad de melanina ya presente.

El Factor de Protección corresponde al número por el que puede multiplicarse el tiempo de exposición de la piel sin riesgo de quemaduras. Por ejemplo, si durante el primer día una piel puede resistir sana unos 15 minutos, una crema con factor 8 permitirá una exposición de 120 minutos, o sea, 2 horas. Una de factor 10 protegerá durante dos horas y media.


¿Cómo elegir el factor de protección más conveniente? Todo depende de la sensibilidad natural de la piel, del lugar donde nos encontramos y de la hora del día. Las rubias y las pelirrojas suelen tener una piel más fina y pálida. Si, además, es mediodía y se encuentran en una playa del sur de Europa, sin duda necesitan un factor de protección alto, entre el 8 y el 15.



En las mismas circunstancias, la piel de una morena puede protegerse con un factor 6. A medida que los melanocitos van segregando su filtro natural, la melanina, se puede ir reduciendo el factor, pasar del 8 al 6 y del 6 al 4 o el 2.



Las cremas con factor superior al 15 se consideran bloqueadoras, porque no dejan pasar prácticamente ningún rayo ultravioleta. Se recomiendan para las personas alérgicas al sol, para las embarazadas o parturientas, ancianos o enfermos que padecen manchas, los albinos (cuya piel carece de melanina), etc.


En segundo lugar, los bronceadores contienen aceites naturales para frenar la pérdida de humedad y sustancias hidratantes, como el eucerit o el aloe.



Las leches, geles y aceites se diferencian por la cantidad de aceite incorporado en la fórmula. Las pieles secas están mejor protegidas con los aceites y los geles. Estos forman una capa que evita la pérdida de humedad. Para las grasas, que ya tienen una protección natural superior, es conveniente utilizar una crema o un gel no graso.



La cara merece un cuidado específico. Las cremas solares antiarrugas incorporan vitamina E, que frena la acción de los radicales libres, colágeno y elastina para la regeneración celular y poderosas sustancias hidratantes. Para las zonas más delicadas, como el contorno de los ojos o de la boca, existen barras especiales, los sticks solares.

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